Viajar
es uno de los encantadores placeres de la vida, la variedad de
escenografías, culturas y ambientes que nos brinda el planeta tierra es
increíble y hoy en día son pocas las barreras que nos permiten conocerlos y disfrutarlos. Más allá de los problemas económicos que puedan estar asociados a esta
experiencia o que no todos podemos viajar tanto como quisiéramos y a donde
soñamos, normalmente trabajamos duro para consentirnos con al menos un paseo en
algún momento del año.
La fascinación de descubrir lugares hermosos y conocer a su gente es
para mí lo más atractivo de viajar, incluso dentro de nuestra propia
tierra donde es posible sorprendernos con bellezas inimaginadas. Sin embargo, un viaje no es tan simple como desaparecer de casa y
aparecer en el destino, hay una parte, un poco amarga, que inevitablemente debemos experimentar siempre
que decidimos emprender una nueva travesía y está asociada a la logística propia de
esta.
Todo inicia unos días antes, para los más planificados unas semanas, cuando
preparamos nuestro plan turístico para disfrutar al máximo ese gusto que vamos a
darnos. Hoy internet es realmente una herramienta útil y poderosa para esto,
pero en casos resulta abrumadora, tienes tanta información a la mano, que terminas
haciendo una lista que incluye para cada día: 20 sitios turísticos a visitar, 5 restaurantes para comer y 3 planes nocturnos, con mucha suerte
alcanzas a cumplir en un 50% ese itinerario y quedas con un manojo de frustraciones por no haber visto cosas que en Google se veían demasiado bellas. Por mi parte he optado por
improvisar un poco más, revisar alternativas la noche anterior a cada día del paseo y luego dejarme llevar, eso libera el estrés de cumplir un
retador cronograma y definitivamente si estoy de vacaciones lo que menos quiero
es estresarme.
A pocos días de partir sí inicia lo que, sobretodo para nosotras las mujeres, es más
complicado de este proceso: hacer la maleta. Yo normalmente la hago primero de forma mental y
logro imaginar incluso el espacio que ocupará cada cosa para distribuirlo todo en mi cabeza (en la realidad nada es
como lo imaginé y comienza el desastre). Luego hago una lista general de
aquellas cosas que no debo olvidar y al terminar esto comienzo a armarla. Ropa para
el día y para la noche, sin importar el destino siempre es necesario prever un atuendo
por si hace mucho frío, ropa de playa (hasta en Canadá me pueden invitar a una
piscina ¿no?), un look de gala (porque no se sabe cuándo aparece una fiesta o una gran cena elegante) y claro está, es impelable, un outfit deportivo porque debo aprovechar para hacer
ejercicio ya que seguro como mucho (aunque nunca hago ejercicio y siempre como mucho, llevar la ropa hace que me sienta un poco menos culpable). Una parte muy difícil para mí es
seleccionar los zapatos que se ajusten a cada caso: los cómodos para pasear,
los casuales para salir, unos mas elegantes que hagan juego con la ropa de gala, cerrados,
abiertos y deportivos, analizando que los colores sean los pertinentes y
logrando no empacar 10 pares para 15 días.
Una vez está todo listos con los atuendos, entonces corresponde lo referente a cuidado personal: cepillo de dientes, desodorante, champú, acondicionador, cremas varias, perfume, maquillaje y demás, complementado por los medicamentos (un
gran botiquín porque mujer prevenida vale por dos) y la respectiva selección de
los accesorios que harán juego con todas las combinaciones seleccionadas (2 para cada atuendo por si en el momento no me gusta algo de lo elegido). Antes de finalizar es muy importante organizar los papeles: pasaporte, pasaje, reservaciones, direcciones
de conocidos, efectivo y todo lo que ayude a garantizar un buen viaje. Ya con esto sólo queda repasar la lista y ver que esté todo, agregar la pijama ¡siempre la
olvido! y si paso la angustia de pesar las maletas y que la balanza no dé el aterrador
resultado de que hay sobrepeso, lo que significaría abrirlas de nuevo, tomar la
dura decisión de dejar algunas cosas (zapatos seguramente) y reorganizar,
entonces estamos preparados para partir.
He llegado a pensar que es adrede que la mayoría de los vuelos están diseñados para ser una experiencia agotadora,
salir de madrugada para llegar con tiempo suficiente del check in, pasar por
migración y el chequeo de seguridad, que implica superar ese sustico que
siempre tienes y que te hace cuestionarte si llevas algún liquido inflamable o
algo que pueda parecer un arma blanca en tú maleta de mano, aún y cuando sabes muy bien que sólo
tienes tu suéter, la latop, la almohada de avión y un libro. Aguantas la respiración y pasas este trago amargo sin problema para iniciar la aventura de encontrar la puerta de
embarque. Aquí sí no me queda ninguna duda de que los arquitectos responsables de diseñar los aeropuertos se divierten muchísimo desarrollando rutas imposibles y el reto entre ellos es alcanzar la mayor cantidad de pérdidas en un día, asumo que su objetivo es agregar emoción a tu viaje desde el inicio, haciendo que debas correr como loco sobre la hora de salida de tu vuelo,
tratando de entender por qué a la puerta 32A le sigue la 32C y la 32B, que te
corresponde, es un gran misterio escondido al bajar unas escaleras detrás de una columna, un cafetín y una caseta de información.
Si logras encontrar tu puerta y embarcar, entonces sientes que todo terminó y que eres un ganador, vas rumbo a tú destino y ya todo salió bien; pero olvidas que aún es que falta para estar en bikini en la playa o abrazando a Mickey, no puedes huir al detalle sorpresa que te deparan el azar y
el destino, quienes seleccionaron con gran malicia a tu vecino de asiento. En este punto debo admitir que yo nunca he
tenido mucha suerte, una persona normal que duerma tranquila y te deje dormir
no me ha tocado nunca, pero si he tenido variedad de emociones para contar, he tenido el placer de compartir junto a pintorescos personajes:
La viejita simpática que no deja de hablar y me contó que iba a visitar a su
hijo, que tenía mucho tiempo viviendo allá. Me dio detalles de su trabajo, su esposa y por supuesto habló muy específicamente sobre sus nietos, me mostró una cuantas fotos (demasiadas) e incluso me dio el tlf de Miguelito (imposible olvidar cómo se llamaba luego de tanto repetirlo) porque seguro él me puede ayudar en algo
algún día.
El Sr. con cara seria, que ni dijo nada, se quedó dormido rapidito, más rápido que yo de hecho, y no perdió oportunidad para deleitarme con el mejor concierto de ronquidos sinfónicos que he escuchado en mi vida y que ha tenido lugar en la historia aeronáutica mundial. Además, no importó cuánta turbulencia hubo en el vuelo, nada lo despertó.
Una hermosa bebé, de pocos meses, que realmente estaba muy tranquila, no lloró ni hizo mayor espectáculo durante el vuelo, sólo se enamoró profundamente de mi pelo y decidió estar colgada a él todo el trayecto, haciendo alarde la la fuerza que desarrolló a tan temprana edad.
El gordito, que no es por meterme con nadie, porque soy la primera que está lejos de su peso ideal, pero creo que cada vez que nos vayamos a comer un chocolate o una torta, debemos pensar en esa persona que va a sentarse a nuestro lado algún día en un avión, con puestos diseñados para personas de peso promedio y que vamos a generar absoluta incomodidad al ocupar puesto y medio, tomando en cuenta que en el "medio" restante hay alguien intentando descansar un poco antes de llegar a su destino. Aplastada y coordinando mis respiraciones muy concentradamente para no asfixiarme fue que alcancé a culminar las horas de vuelo con éxito.
Pero definitivamente, quien para mí tiene el primer lugar en el top five de vecinos de avión fue el viejo sádico-asesino serial, un personaje que era capaz de producir el ambiente más incómodo con sus miradas y preguntas, sentimientos completamente encontrados al no entender si quería aprovecharse de mí o acabar con mi vida. Me obligó a aguantar las ganas de ir al baño porque no quería ni pensar en atravesar el escaso espacio que entre la butaca delantera y él, mucho menos que pudiera seguirme en mi camino y ni hablar de quedarme dormida, al mejor estilo de Tom & Jeery, con los palillos en los ojos, porque no estaba segura si intentaría sobrepasarse o me quitará todo lo que hay en tú cartera. Me toca sonreír "educadamente" pero volteando la cara y fingir un dolor de oídos que no me permitía escuchar sus preguntas sobre dónde sería mi hospedaje o cualquier otro detalle de mi viaje.
Hoy en día, si hay algo que espero fervientemente es que algún día la vida me depare un vuelo a medio llenar con los 2 asientos a mi lado completamente vacíos, para pagarme con una camita al mejor estilo de niño en matrimonio, todas las torturas que me ha puesto al lado.
Logrando respirar, aguantar y dar la mejor muestra de paciencia del universo, se hace sentir ese momento tan esperado, llega el frío en la pansa en partida doble, por el temor de que el avión se estrelle al aterrizar y por saber que al fin llegaste a donde tanto anhelabas. Solo quedan 2 pruebas más para poder disfrutar realmente del paseo. Primero se repite el sustico de migración y la inspección de seguridad, pero peor aún porque no estás en tu país y si le agregas la dificultad de no hablar el idioma, entonces es casi como si la niña de El Aro te preguntara el motivo de tu visita y hasta cuándo te quedas.
Finalmente solo es cuestión de superar la agonía de pararte frente a una correa giratoria a esperar que salgan tus maletas, que tanto te costaron hacer, con todo dentro de ellas y en buen estado, mirando a cada persona que agarra una asegurándote de que no sea la tuya por confusión y rezando a todo lo que sabes (y lo que no sabes) rezar, para que no se haya perdido o quedado en algún otro país del mundo. De lejos la ves llegar, se acerca a ti, con gran torpeza alcanzas a rescatarla antes de que sea arrastrada más a allá del metro y medio de espacio que dejan para tí los demás pasajeros que se encuentran en el mismo pan. ¡La tienes! y ahora sí no hay nada que te detenga a disfrutar tus vacaciones, caminar, conocer, comer, todo lo que se te ocurra y quieras hacer. Solo te recomiendo que no pienses en ningún momento en que vas a tener que repetir el proceso en pocos días pero agregándole a esto, todo lo que hayas comprado en el camino.
Ahora que lo pienso muy bien, lo del placer de viajar es una frase que veo un poco cuestionable, mejor hablaría del estrés de viajar a cambio de disfrutar unas muy buenas vacaciones.
Yei