lunes, 8 de febrero de 2016

De qué me disfrazaron en Carnavales.


Si de contar historias se trata seguro de los Carnavales todos tenemos más de una, pero mis favoritas son las de los disfraces de la infancia.

Yo soy de la generación en la que los padres tenían gran talento para inventar disfraces, súper producidos, de esos que incluso nos hacías sentir orgullosos. Combinaban con gran gusto ropa vieja, prestada y de adulto,con papel crepé, celofán o cartulina, más algunos cortes y grapas que hacían que todo quedara perfecto.  Los más expertos le agregaban fieltro o retazos de tela con habilidades de costura.  Todo lo complementaban con mucho maquillaje y laca, ese era el secreto de aquellos majestuosos atuendos; rockero, indio, vaquero, cocinero, diversos animales y hasta personajes de películas eran logrados con sorprendente agilidad. 

La época de carnavales era sin duda tan divertida para padres como para hijos. El reto que representaba para ellos lograr un gran disfraz era muy emocionante.
Mi madre, debo admitirlo, se destacó en la mayor parte de las oportunidades. Mi infancia está llena de fotografías de tiernos, divertidos y muy bonitos disfraces, claro está la mayoría representaban cosas de las que yo nunca habría decidido disfrazarme, de hecho no tenía muy claro ni qué eran,  pero se veía bien y las historias con las que mi madre los complementaba me hacían sentir fascinada al lucirlos. Tengo recuerdos almacenados de haber sido:

- Gatita: tenía solo días de nacida y en teoría era Hello Kitty, no es muy claro el look pero sin duda era una cuchura.

- Blanca Nieves: este fue el disfraz con el que me llevaron a un estudio a tomarme fotografías, claro está nada de las súper producciones de hoy en día existían en mi época, las foto era contra un fondo azul plano y me dieron un teléfono de juguete (exactamente igual al de Toy Story) para hacer una fotos divertidas en las que yo saliera llamando. Creo que aún conserva la magia el hecho de que pudiéramos disfrutar de con tan poco.  

- Pierró: una suerte de payaso que no entendí nunca para qué era, pero estaba de moda y en todas las casas las mamás tenían muchos guindados de las paredes, así que al menos ellas entendían perfectamente lo que yo era.

- Dama antañona azul: esto era como ser una princesa en mi época, un gran vestido armado, guantes y un hermoso paraguas. El nombre era antipático pero me veía hermosa, de eso estaba segura.

- Dama antañona rosada: la única forma de mejorar mi disfraz anterior era ser toda una princesa color rosa.

- Hawaina bailarina de samba: ya de chiquita me gustaba bailar y mi mamá acertó al crear esta mezcla tan tropical tan original, era como ser la versión infantil playera de La Tigresa del Oriente, porque les aseguro que me sentía diva como ella entre animal print y telas brillantes doradas, con muchos faralados para darle brillo a mis movimientos de bailarina.

- India: este fue muy simple pero funcionó bien, pues corría por todas partes cantando y brincando como indio, gritando con la mano en la boca.

- Rockera: aquí sí fui protagonista de una oda a la improvisación; pararme el pelo con mucha gelatina,  vestirme descombinada y hacerme un exagerado maquillaje fueron suficiente para que yo agitara mi guitarra imaginaria sintiéndome la reina del rock.

- Sirenita: creo que esta fue la última vez que yo caminé por el mundo mostrando orgullosa mi barriga, creo que justo después de ese día comenzó a crecer sin control. Sin duda este fue el broche de oro perfecto pata cerrar mi era de disfraces infantiles, mi mamá construyó una perfecta cola de sirena con la que posé imponentemente hermosa ante las cámaras de la familia. Ya tenía el ego un poco subido y con este atuendo era más fácil que me sintiera la niña más hermosa del plantea, en las fotos es muy obvio que así era.

De todo esto tengo fotografías y recuerdos divertidos, me permiten tener en mente estos momentos y que no se pierdan en el olvido. Pero como no todo puede ser perfecto hay un recuerdo que me atormenta, un disfraz que fue tan terrible que nadie quiso fotografiar, asumo que procurando que lo olvidara, pero eso no paso.

Para rescatar claramente este recuerdo y lograr que entiendan lo no divertido que fue, debo iniciar aclarando que siempre fui la más alta de mi salón, significativamente más alta de hecho, y que lo de ser muy delgada no ha sido lo mío nunca. Entonces imaginen cuál podría ser el peor disfraz improvisado para una niña de esas características y estoy segura de que nunca llegarán a pensar: caramelo verde! Pues sí, eso mismo, me disfrazaron de caramelo, sé que deben estarse preguntando cómo es eso posible y yo aún hoy me lo cuestiono. 

La cosa fue realmente bastante simple, lo que no entiendo aún completamente es si el disfraz tomó a mi mamá por sorpresa, deprimida o más creativa que nunca.
Incluso intenté busqué referencias en internet y descubrí que hay mil alternativas hermosas de disfrazar a un niño de caramelo, pero la que usó mi mamá parece sólo haber estado presente en su mente.  

Ese mañana me vistió completamente de negro y tomó un sin fin de papel celofán verde botella, me envolvió muchas veces con él, desde la mitad de la cara hasta casi los pies y luego con un pabilo amarró a la altura del cuello y las rodillas creando así un caramelo viviente en mí. Claro está con importantes dificultades para respirar, hablar, comer y caminar. Así llegué al colegio, nadie preguntaba qué era porque resultaba muy obvio, ni tampoco comentaban nada, asumo que porque a todos les enseñaron en casa que si no tienes nada bueno que decir, es mejor no decir nada.

Debo admitir que en el proceso de disfrazarme y camino a la escuela mi madre hizo un muy buen trabajo convenciéndome de que tenía una original y simpática idea de disfraz, pero fueron necesarios solo 15 minutos en el colegio para sentir que quería ser absorbida por el caramelo y no aparecer nunca más. Aunque el término no se usaba en la época, fui victima de un dulce bulling gracias a mi caramelo. Rápidamente pedí a mis maestras ayuda para quitármelo y ser algo parecido a una caraota con el atuendo negras que se ocultaba debajo de las infinitas capas de celofán. 

Con el pasar de los años me ha llenado de calma entender que todos pasamos por un ridículo disfraz en nuestra niñez, muchos incluso más de una vez. Me alivia entonces el hecho de que mi balance sea altamente positivo y que tenga muy buenos recuerdos de aquellos personajes que fingí ser por un día cuando era niña. Hoy mi caramelo verde es sólo un cuento más para echar y que estoy segura de que los invitó a recordar, revivir y reír con su historia bochornosa de los carnavales de su infancia ¿no?.

YEI

1 comentario:

  1. Eras un caramelo hermoso de todas maneras, te falto un azul de hada madrina. Yo como madre me encantaba inventar y hacer disfraces originales, ya era suficiente ver diez superman, o igual número de batmam o zorros, siempre me gusto que mis hijos se destacaran con algo diferente.

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